martes, 12 de julio de 2011

“Viaje sin viejos”

Viaje sin viejos
(Parte I)
“Si esto no es Comedia que baje Dios y lo vea. Si consigues que baje, dime si Dios no es el mejor Cómico del Universo y La Biblia el Chiste más gracioso y mejor contado de La Historia. Probablemente no, pero, diablos, ¿a quién le importa?” – Isaías Zorzas.*

El coche se me iba de las manos en cada curva. A mi lado, mi chica, tan linda como siempre, la única novia que tuve, desde los quince hasta los veinticinco.
Era nuestro primer viaje juntos sin nuestros viejos. No es que hubiéramos viajado con sus padres y los míos alguna vez, pero sí ella con los míos y yo con los suyos, nuestros viejos entre sí, y viceversa, TODOS ciegos.

Íbamos por carreteras nacionales en un SEAT Albacete rojo que me había comprado de segunda mano en Gijón hacía unos meses. El coche tenía un alerón bastante guapo, con una pegata de “Pont Aeri” (¡mítica!), y la música zumbaba a toda leche retumbando en nuestros tímpanos. Por aquellos años solíamos escuchar solamente cd’s grabados por mí y mi colega Rober “El Dientes” en su casa, la mayoría con chistes absurdos, improvisaciones, canciones cutres y comentarios de cara a un posible viaje: éste era el caso.

Yo me había sacado el carné hacía ya dos años y no le acababa de coger el punto a las curvas, no me gustaban, pero no quería decirle nada a Mónica: ella odiaba secretamente a sus amigas que hacían dietas. Las de la carretera también eran pesadas y no me gustaban demasiado. Llevaba ocho horas conduciendo sin parar y estaba que me moría por parar a echar una meadita y despejarme del mareo por tener que concentrar tanto la vista.

Cuando conseguí parar en un arcén, me costó un huevo conseguir mear, no me salía, y, cuando el bendito chorro comenzó a salir, aquello parecía un sifón… Un manantial amarillento regó con su calidez mis manos, que froté entre sí. Con ellas mojadas, me acaricié la frente y las mejillas, y fui restregando poco a poco con mayor fricción los dedos meados por cada centímetro de mi cara. Luego, cuando sentí que me quedaba poco por salir del tanque, hice un cuenco con mis manos y las llené con mi pis, del que salía humo, pues estábamos a muy baja temperatura. Esperé un segundo mientras Mónica me miraba entre asustada y divertida, y me lo eché todo por la cara: fue como un orgasmo caliente en la cara o un abrazo de amor verdadero. Aquello me reconfortó realmente.

Mónica se subió en el asiento del conductor de un salto y se tiró un eructo MUY, MUY, pero que MUY fuerte. Sonoro. Justo de los que odio. Yo me senté de copiloto y le di al play.

-          “Viaje a Euskadi / Ciegos de pastis / All for the pary / say: I’m Crazy, Baby…” (Dientes).

En cuatro horas más, y tras unas indicaciones de un tío con coleta que tenía una tienda de muebles en la carretera y la bragueta desabrochada, llegamos a nuestra primera parada: Irún. Allí dejamos al autoestopista francés que habíamos recogido a la salida de San Sebastián. Estaba un poco loco y bebido, pero nos cayó bien (a pesar de que solo aportó cinco euros para gasolina...)………….. “palabras rimbombantes” dijo al despedirse.

Mónica y yo paramos a echar gasolina antes de entrar en territorio francés, donde es más cara, y nos fuimos a tomar UNA copa en el bar de la gasolinera. Cuando pedimos la cuarta (ella, destornillador, yo, gin tonic) se sentó en nuestra mesa un cacho carne de unos dos metros y bastante ancho de espaldas…La conversación fue algo así:

Cacho Carne -Hola…¿queréis venir a mi casa? –da un trago a su cartón de Don Simón – Soy de aquí, vasco, pero extremeño por parte de padres…¿De dónde sois? Asturianos ¿a que sí? Tengo familia asturiana, en El Coto y en La Calzada…en Gijón… ¿me invitáis a una cerveza?

Mónica- No tenemos dinero…-y, diciéndome a mí al oído- Este tío huele mal… Vámonos ya.

Yo- Lo siento colega, nos tenemos que ir, tenemos que llegar a Burdeos antes de que se haga de noche… Hasta luego.

CC – (levantándose bruscamente y tirando un poco de vinate por el suelo)- ¡No vais a ningún lado! ¡Quiero mi birra y me la vais a pagar!

Etc…….

Bueno, según le estaba dando puñetazos en la cara, me vino un pensamiento, que fue el siguiente: después de este numerito no creo que se acuerden de cobrarnos las copas, y son por lo menos veinte euros… Así fue, arrancamos el coche y los de la gasolinera nos saludaron con sonrisas, despidiéndose, – estaban hasta las narices del tipo en cuestión – y en menos de medio minuto ya estábamos incorporados a la carretera. Muy, muy sexy.




*- “Interpretaciones absurdas de libros inexistentes”, pg.24, N. del T., que es un H. de P.

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