martes, 12 de julio de 2011

El Popeye

Soy una bolsa de pedos con algún concepto sobre pesca en el cerebro y nula habilidad manual, eso sí, con un corazón de plata. Nací pelirrojo, pero me teñí de rubio para regentar un bar del Viejo Oeste, ya que igualmente se me hubiera decolorado con los efluvios del whisky.

Viví posponiendo la muerte (no conozco otra manera), aunque aceptándola como parte del ciclo de la vida, inevitable, como los pedos, los eructos, las copas…

Dividiría mi vida en tres etapas:

-Nacimiento y justificación de la risa.

-Descubrimiento del Vino y el vello público.

-Consciencia de lo inevitable (o, como le gusta llamarlo a mi hijita: “La teoría de los pedos”).

Sobre los veinte años salí un día a la calle y llovía agua caliente. Quizás, mejor que caliente, sería decir templada. Así que volví a subir a mi piso. Por aquel entonces vivía en un quinto sin ascensor, subir las escaleras era un martirio para los oídos porque había varios obreros instalando el nuevo y esperado ascensor.

Fue un año de pesadilla y siestas fallidas por culpa del dichoso ascensor. Cuando por fin terminaron la obra me tuve que mudar de piso, toda una broma de humor inteligente de Nuestro Señor Jesucristo (el dueño del piso).
                                                                                    
Decía que subí a casa para coger el paraguas de agua templada. Una vez en el portal, lo abrí: paró de llover. Iba a casa de mi amigo Javier, sin la menor idea de que ese día iba a ser tan…especial. Para llegar a su casa tuve que sortear varios coches a toda velocidad que no respetaban mi afición por cruzar con el semáforo en rojo, perder cinco euros en rascas de la ONCE y retrasarme dos horas bebiendo cerveza de melocotón californiano en un bar decorado con cuadros de músicos de jazz.

Al llegar al portal de Javi, cerré el paraguas y lo puse en modo escalera de pintor. Javi tenía más problemas de vivienda que yo: vivía en un sexto sin escaleras.

Por suerte, siempre dejaba la ventana de su dormitorio abierta, supongo que para ventilar el olor de los pedos de su novio, al que llamábamos “El Popeye”. Llegué al resquicio de la ventana y vi aquella escena que cambiaría mi vida para siempre: Javier estaba chupándole la polla al Popeye.

Lo del Popeye y los pedos es la repanocha. Le llamamos Popeye por que está muy fuerte y marca cada un de sus músculos en las distintas camisetas ultra-apretadas que tiene en su haber. Para sus interminables entrenamientos (“entrenos”, como dice ella) en el gimnasio (“gym”, dice) se toma varios batidos de proteínas al día. De ahí lo de su ojete implacable y el raro y extremadamente asqueroso olor de sus gases.

Lo raro de todo en mi avistamiento, ahora que lo pienso, fue que tardé unos segundos en reaccionar, como espiándolos, no sé por qué. Vi como Javi succionaba con pasión mientras sus rizos se balanceaban adelante y atrás, con fuerza, con ganas, con ritmo…

Pope no hacía más que mirar al techo, con los brazos en jarra, guiñando los ojos, como si hiciera fuerza para levantar pesas o para cagar. Creo (y siempre creí) que Popeye no está para nada enamorado de Javi. Simplemente lo utiliza para “descargar” la tensión entre su trabajo y los entrenamientos en el gimnasio. Desde que vi esto, también pienso que el tío no ha disfrutado (ni tiene pensado hacerlo) del sexo jamás. Lo usa como una vía de escape y punto. Como quien se lava los dientes con fuerza por la noche, por pura cordura. Según me cuenta Javier, incluso lo añade como algo fijado en su calendario de comidas y entrenamientos. “Lunes, 19.00h, sándwich de pavo y mamada”. En fin, es su problema.

Decía que tardé más de lo esperado en reaccionar, por que a mí tampoco me atrae demasiado la idea del sexo, y mucho menos el rollo voyeur.

Cuando por fin lo hice, lo primero que se me ocurrió fue volver a bajar por la escalera y hacer como que no había visto nada, pero antes de dar el primer paso atrás, me di cuenta de que Popeye ya se había corrido, así que ya no les iba a molestar.

C.S.-Hola Javi y Pope… Tengo lo que me pedísteis, no quiero molestar…

Javi- Tranquilo tío, pasa. –Y, pasándose la manga del pijama por la boca para limpiarse, añadió- ¿qué conseguistes?

Y vuelta a empezar. El Javi se metió un poco de todo, para variar. Siempre que está una semana o más de barbecho y consigue algo de material, se pone de todo lo que pille lo más rápido posible. Su problema es el ansia, supongo que por que está desesperado con su propia realidad. El Pope solo fuma costo, así que por lo menos lo vigila para que no se muera o le den ataques, que ya le dieron alguna vez, incluso de sangrar por la nariz y por la picha al mear. Yo ya no tenia nada que hacer ahí, así que me fui, eso sí, sin dejar de pensar en lo que había visto antes.

Puse la escalera de pintor en modo paraguas de agua templada y me tiré en plan Mary Poppins hasta posar suavemente mis piececitos en el asfalto. Tenía la pasta que necesitaba y eso era todo. No había más que rascar de esa peña, me había llevado unos pavos para pagar gastos y poco más. Lo único, el recuerdo de la mamada en los ojos, y los pedos proteínicos del Pope en la nariz. Dos cosas que se han quedado en mi cabeza unidas para siempre. Por eso siempre que me la chupan tengo que ponerme una pinza en la nariz. Mi chica me dice que soy como el perro de Pavlov, pero yo prefiero que me llamen simplemente Ciudadano Sexy. Muy, muy, sexy.

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