jueves, 14 de julio de 2011

UN TIRO AL CULPABLE DE MI SOLEDAD.

UN TIRO AL CULPABLE DE MI SOLEDAD.

Voy a estafar en las calles más sucias del barrio. Hoy es mi noche. Llevo cinco copas y media encima, un pasamontañas en la mochila, junto a un tajalápiz, y en el bolsillo llevo un móvil y un poco de arena. En cuanto consiga la guita que quiero, me pillaré una casa con jardín en las afueras de Gijón y construiré una muralla circular alrededor de ella.

Tendré un establo sin caballos y cada día cavaré con mi pala tres veces en un círculo imperfecto dentro del establo. Como poco, por cada palazo, sacaré un kilo de tierra que quitaré y tiraré por encima de la muralla. Cada día quitaré tres kilos, cada mes, noventa kilos, cada año, mil ochenta kilos. Sin mucho esfuerzo, llegaré al centro de la Tierra antes de mis cincuenta años. No creo ser demasiado exigente en la vida, me gusta tomarme alguna copa de vez en cuando, no creo que sea un crimen.

Desde mi lecho de muerte saludaré a todos los presos, y cuando llegue al cielo mormón, me juntaré con George Jackson y toda su peña de los Panters, incluido su brother, y mataré yo su soledad, pero antes, mientras viva, quiero salir del trabajo antes de tiempo diciendo que voy a pagar una multa a Hacienda, y, en vez de esto, correr hacia el parque más lejano hasta que me duelan los pies y me revienten los pulmones, tirarme encima de la hierba y arrancarla de la tierra a bocados, a dentelladas.

Puedo discutir durante dos horas sobre si el asesinato que voy a cometer tiene legitimidad moral desde el punto de vista anarquista o no, pero lo que importa realmente en los fondos bajos del Raval, es que las flores de Sarriá no hacen cola para comer en iglesias ni comedores sociales junto a mal olientes alcohólicos ni mujeres con gafas de aviadores. Ellas se lo pierden. Flores pisoteadas suelen ser más divertidas, pero ojo, también más pisoteadas. El caso es que hoy salgo, y ya sabéis lo que pasa: la ciudad, sexy. El ciudadano, también. Me ofrecen costo a cada paso que doy, ¡que no me gusta, cojones! ¡paso! Os dejo todos los porros, el hachís, la hierba y el tabaco para vosotros.

También paso de usar palillos en un bar, yo lo que hago es gastar servilletas todo el rato, a cada traguito de Pájaro me limpio con una servilleta, la hago una bolita y la dejo en el cenicero. Es como para volverse loco. Cuando bajé, en medio de la noche, con mis cinco copas y media encima, ya no había nadie en la calle. Me había equivocado de día. Me había equivocado, una vez más. Lo que decía no tenía sentido para ellos, que rumiaban y susurraban en corro, una vez más. Solo me di cuenta por un pequeño detalle: las casas de protección oficial con el símbolo de la falange, que doblaron sus flechas y me apuntaron directamente diciendo: Este es el cuerpo de Cristo, agachado, a cuatro patas.

Había perdido a mi víctima y todo mi plan se venía al garete. Pensé en gatitos arañando ovillos de spaghetti a la bolognesa. Pero, ¡joder! No es que tuviese hambre precisamente…
Tenía más ganas de potar que otra cosa, de vomitar… Tenía ganas de haber sido YO el que dijera que mejor no hubiera dicho que tenía ganas de haber sido el asesino de John Lennon. Tiré un triple. Encesté.

Por fin las cosas me empezaban a ir bien. Paseaba gordo y sin adicciones (tan solo compraba el periódico todos los días a la misma hora en el mismo sitio), mirando a la gente por encima del hombro. Mis zapatos estaban relucientes, podía ver mi cara rechoncha en ellos. Me crucé con Margarita Peñas, la loca del billar. Me retó a jugar una partida, pero primero le pedí que me invitara a una copa, a un gin-tonic. ¡Mierda! Estaba volviendo a las andadas…Esa puta loca…

Margarita cogió su su su rrando su bolso y pagó; yo casi no entendí lo que le dijo a la camarera al oído, casi tocándole la orejita con la lengua. Seguro que algún piropo. La Marga le daba a todo, tanto en gustos sexuales como en drogas o bebidas. Llamada por la otra línea. Contesté y no era nadie. Aquello era extraño, yo ya no estaba gordo, yo tenía que conseguir salir de la droga, pero un niño de quince años marroquí me amenazaba sonriente con una mariposa. ¡Menudo Hijo Puta! Y lo peor era lo de los sueños. Mis amigos ya no querían saber nada de mí porque yo no podía dormir. Un psiquiatra intentó razonar conmigo, pero le robé la bicicleta.

Un sargento de la policía me insultó sin venir a cuento. Yo tenía multas sin pagar, así que hice como que no le oí.

Pasaron unos años, y yo fui dejando mis sueños pasar. Algún que otro problema, pero la mayoría del tiempo estuve relajado. Sobreviví a mis temores y a tres generaciones de grillos que tenía en pequeñas jaulas en mi habitación para que me cantaran por las noches.

Por fin me había dejado de mear en la cama, el disparo más efectivo que hice en mi vida contra ti, que me trajiste la soledad. Por fin era un ciudadano sexy... muy, muy SEXY.

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