viernes, 30 de septiembre de 2011

PEDRO IZAGUIRRE ANTE LA IMPOSIBILIDAD DE PERFECCIÓN

PEDRO IZAGUIRRE ANTE LA IMPOSIBILIDAD DE PERFECCIÓN


Joder. Un día un pibe me dijo: “Mira, Pedro, si no puedes llegar a ser el mejor, intenta ser el peor. Si algo que intentas hacer lo mejor posible te sale mal, intenta que te salga peor que nunca.”  Pero, en realidad, no me estaba hablando de la perfección. Me estaba hablando de hacer algo bien o mal. Sólo eso. Y yo estaba jodido con el tema de la perfección y del tiempo. Ni si quiera hay un ápice, una mínima posibilidad de llegar a la perfección en ninguno de los aspectos de mi vida, de ninguna de las vidas. La perfección es una palabra imposible, y es, igual que la palabra igual, lo mismo: imposible. La imposibilidad no existe en tanto que nada es imposible, excepto la palabra excepto, que es imposible exceptuar algo, por ejemplo, la perfección. Si nada es imposible, la perfección es posible. Si la imposibilidad no existe, si ni si quiera existe la palabra imposible, puede que haya cosas que sí sean imposibles de alcanzar, pero nunca serán imposibles en tanto que las llamemos así, ya que daríamos sentido a la imposibilidad nombrándola, haciendo que ésta pasara a existir en un plano tridimensional, y dándole sentido: entonces, la imposibilidad existiría, y ya no sería posible que algo fuera imposible. Lo que quiero decir, es que la perfección, igual que la imposibilidad, son imposibles (sin decir que lo son, ya que haríamos legítima la imposibilidad y la perfección al mismo tiempo). Y puesto que no puedo llegar a ser perfecto, la existencia, ¿para qué? Pues, como me dijo el pibe: para intentar a ser lo menos perfecto. No es exactamente, como ya dije, lo que me dijo el pibe, ya que él me hablaba de hacer algo bien o mal, lo cual es perfectamente posible. Pero, trasladándolo al tema de la perfección y la imperfección, resulta bastante complicado, ya que hacer algo perfecto, al no existir dicho “estado”, su contrario, es decir, la imperfección, tampoco tiene sentido, en tanto que hacer algo imperfecto sería perfeccionar lo imposible. Y ahí entramos en el campo de lo que a mí me gusta: la mediocridad. Es el punto medio que dibujo para, a continuación, trazar una línea curva, desganada, en la que explico la línea espacio-temporal en la que se encuentra el individuo mediocre. No es perfecto ni imperfecto, ya que, de existir dichos “estados”, dejarían automáticamente de existir. Aunque el tema tiene mucha más miga, pero lo dejaremos para otra ocasión.
El caso es que, de existir, la mediocridad, sería uno de los puntos opuestos a la nada, la nada inteligible, entiéndase. Partiendo de esta base, que podría considerarse absurda, otro conocido, me dice: “La mediocridad, como punto de partida para alcanzar la, por otra parte inexistente perfección, es la mejor de las bases. El pistoletazo de salida para una vida real, palpable, y, filosóficamente, divina.” Mi compañero quiere decir que, la mediocridad, trazada con una línea siempre curva sin llegar a una curva perfecta ni sostenida, ni una curva continua, siempre cambiante, lo cual si es posible, de la misma manera que un péndulo o un satélite puede dar infinitas vueltas sin repetirse su órbita durante la eternidad (pues, mi teoría de la mediocridad, parte de que el tiempo es infinito, eterno, sin comienzo ni fin). Ejemplificándolo: La mediocridad no puede medirse: no se trata de andar una calle y cometer cinco o seis actos mediocres por cada diez pasos, ni errar el paso tan si quiera. Y ahí es donde entra lo poético, la divinidad, el alma mediocre, si existiere. La mediocridad, surge, como un rayo de sol en mitad de la noche, de manera, como diría mi colega, “absurda”.

Un tipo nace, cursa estudios… Conoce a una chica, pero la cosa no sale del todo bien… Se arrima a un grupo de amigos que le llevan de fiesta, le meten de lleno en el mundo de la bebida… Vuelve un día, bastante tocado, a su casa, en medio de la noche….¡Plas! ¡Como un rayo de sol en medio de la noche! ¡Si es que ya lo había dicho! ¡plas, repito! Se choca, borracho, contra una papelera. ¡Nada de grandes choques! ¡nada de grupitos de gente riéndose alrededor por toda la acera! Un leve choque contra la papelera, en estado ebrio, un acto mediocre dentro de la propia mediocridad. Y he ahí el destino que elijo para mi vida. La mediocridad, entendida como algo que se hace sin más, como un poema, como un cagar.

Por Igor Méndez.

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